Cómo los países pobres pueden hacerse ricos es una de las preguntas más importantes en economía, pero también la más difícil de responder. Un país solo puede hacerse rico una vez, y además difieren mucho entre sí, por lo que hacer generalizaciones de la experiencia repetida es difícil. Y el proceso de desarrollo es tan complejo que los modeladores económicos apenas saben por dónde empezar.
Muchos economistas han propuesto teorías generales de cómo crecen las economías, pero todas son muy difíciles de probar empíricamente Pero a pesar de la falta de una teoría general del crecimiento, los economistas que trabajan para agencias como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional tienen que dar algún tipo de consejo a las naciones en desarrollo. A menudo, recurren a las cómodas viejas historias heredadas de Adam Smith y David Ricardo: abran sus mercados al comercio, privaticen las industrias estatales y no tengan grandes déficits fiscales. Quite al gobierno de en medio y el crecimiento llegará. Si bien no hay duda de que la liberalización del mercado puede tener un efecto fortalecedor en la economía de un país pobre –observe el rápido crecimiento de China después de que comenzó a alejarse del maoísmo, o India después de las reformas de 1991– también hay casos en que no parece resultar.
La Europa del Este poscomunista ha crecido de forma muy desigual, y la experiencia de América Latina también ha sido decepcionante. Mientras tanto, todos los países que han hecho la transición al estado desarrollado desde el final de la Segunda Guerra Mundial parecen encajar en una de tres categorías: estados ricos en petróleo como Brunei y Kuwait, pequeños centros financieros y paraísos fiscales como Singapur e Irlanda, o países que hacen un uso intensivo de la política industrial. Esta última categoría, que incluye a Japón, Corea del Sur y Taiwán –y pronto incluirá a China– es de particular interés, ya que estos países podrían proporcionar un plan de cómo grandes países pueden hacerse ricos sin ganar la lotería petrolera. Entonces, ¿qué lecciones pueden enseñarnos estos países? Todos ellos tienen mercados privados robustos y cuantiosa propiedad privada. Pero cada uno de ellos también ha utilizado la política industrial para fomentar las exportaciones, administrar la industria financiera y adquirir tecnología extranjera, estrategias que están visiblemente ausentes del libro de tácticas económicas estándar. Algunos economistas han tratado de sacar lecciones de la política industrial del noreste asiático. Estos incluyen a Bela Balassa, Alice Amsden, Ha-Joon Chang, Sanjaya Lall y el ganador del Premio Nobel Joseph Stiglitz. Algunas de sus ideas se hacen eco de los pensamientos de Friedrich List, el economista alemán-estadounidense cuyo trabajo a principios de 1800 ayudó a inspirar las políticas industriales de Alemania en la última parte de ese siglo. Pero por lejos el relato más entretenido sobre la política industrial de la región es «Cómo funciona Asia», del periodista Joe Studwell. Relajado y ameno, pero con una exhaustiva investigación, el libro de Studwell se basa en las ideas de algunos de los economistas mencionados más arriba, así como varios historiadores y sus propios informes, para presentar una teoría unificada simple de cómo los países pobres pueden utilizar la política industrial para hacerse ricos. Studwell cree que una buena política industrial se reduce a tres cosas.
Primero, los países en desarrollo deberían promover la agricultura que requiere mucha mano de obra en pequeñas granjas operadas por sus propietarios.
Segundo, una vez que la agricultura funciona bien, los países deberían centrarse en la fabricación y usar la promoción de las exportaciones como una forma de forzar a las empresas a aprender a ser más productivas.
Y tercero, los sistemas financieros basados en los bancos deben dirigirse para apoyar a los fabricantes exportadores. El segundo de ellos resulta ser la pieza central. Studwell afirma que los países en desarrollo crecen mediante la actualización de su tecnología, y que la única manera de hacerlo es aprender por la experiencia. Y la mejor manera de hacer esto, dice, es que los gobiernos de los países en desarrollo incentiven a sus fabricantes para vender sus productos en el extranjero. Exportar implica competir en los mercados mundiales, lo que obliga a un país a adquirir, adoptar y mejorar las tecnologías extranjeras por cualquier medio necesario. En economía, el efecto arrollador de la competencia internacional se llama «disciplina de exportación»; Studwell usa este término un poco más amplio, para referirse también a la práctica de los gobiernos de disciplinar a sus empresas para exportar, exportar, exportar. Esto se hace eco de las prescripciones del economista de Harvard Dani Rodrik, quien cree que la exportación permite a los países en desarrollo descubrir sus ventajas comparativas en el sistema de comercio internacional.
En particular, muchas discusiones sobre el desarrollo se centran en las exportaciones netas, es decir, superávits comerciales. Studwell, en cambio, habla sobre las exportaciones brutas; no importa si un país compra mucho en el extranjero, siempre que también venda mucho en el exterior. Corea del Sur, después de todo, tuvo déficits comerciales durante gran parte de su período de rápido crecimiento. Por lo tanto, Studwell no aboga por el mercantilismo, o el crecimiento a expensas de otras naciones Studwell tampoco es partidario de elegir ganadores, o de promover campeones nacionales. En cambio, aconseja a los países a comenzar con muchos exportadores competidores, y luego eliminar a los perdedores dejando que las empresas incompetentes quiebren o forzarlas a ser absorbidas por exportadores más exitosos.
Descarta las monedas subvaluadas como un instrumento excesivamente contundente, ya que esto recompensa a los exportadores ineficientes y eficientes por igual. Por lo tanto, la teoría de Studwell no encaja fácilmente en el libre mercado ni en el paradigma de planificación estatal. Se trata fundamentalmente sobre el uso de la intervención del gobierno para aprovechar el poder de competencia del mercado. No es el tipo de idea que sentaría bien entre los economistas de formación clásica del Banco Mundial y del FMI. Pero dadas las increíbles historias de éxito en Japón, Corea del Sur y Taiwán, y ahora, con suerte, China, parece que los economistas del desarrollo deberían estar trabajando en probar las ideas de Studwell para ver qué tan bien se sostienen bajo un riguroso examen empírico. Si Studwell y otros partidarios de la disciplina de exportación y del aprendizaje práctico están en lo correcto, entonces la pregunta más importante de cómo los países pobres pueden hacerse ricos aparentemente sí tendrá respuesta después de todo. De hecho, incluso los países desarrollados como EE.UU. que tienen bajas relaciones entre exportaciones y PIB podrían tener razones para estar interesados en la idea de mejorar la productividad a través de la promoción de las exportaciones. Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.